HOY POR ÚLTIMA VEZ
La expresión que le da título a este Boletín trae a la sensibilidad de los recuerdos tantas ocasiones en que tuvimos que reconocer, que aquella era la última vez. La Biblia también recoge esos sucesos: El rey Saúl y el profeta Samuel se encontraron en medio de la desobediencia del primero, y después de ese encuentro de juicio, la Palabra ofrece este dato: Y nunca después vio Samuel a Saúl en toda su vida (1 S 15:35). También el día que el Señor se llevó a Elías al cielo en un torbellino, Eliseo clamaba, ¡Padre mío, Padre mío, carro de Israel y su gente de a caballo! E inmediatamente el texto sagrado dice: Y nunca más le vio (2 R 2:12). Imagino, también, el dolor que sintieron los ancianos de Mileto, al final de aquella reunión ministerial que Pablo tuvo con ellos. El discurso del perito ministro fue un completo tratado de instrucción para que estuvieran alerta contra la amenaza latente de las herejías. Pero antes de terminarlo, Pablo les anunció: Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de todos vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi rostro. Sabía que le esperaban prisiones y tribulaciones en la carrera y que, finalmente, sería sacrificado en el servicio de su fe. Entonces hubo gran llanto de todos; y echándose al cuello de Pablo, le besaban (Ver Hch 20:18-38).
Mas hoy no me voy a referir a alguien amado que se va, y al dolor del corazón de los que quedan. Más bien voy a hacer mención a algo que está con nosotros ahora, y que es de un valor extraordinario, pero que en un rato más lo veremos partir por última vez. A veces no le damos el valor que se merece. A los bienaventurados en Cristo, su visita siempre nos parece más corta que lo que deseamos, cuando su llegada nos ocurre en circunstancias de bienestar, o cuando tenemos muchas metas benignas por lograr. Para otros desafortunados, su estancia es demasiado larga, cuando les ocurre en condiciones de dolor. Aquello de que hablo hoy, a veces Dios lo ha usado para derramar su ira determinada sobre los irreverentes que han perdido el temor suyo (Ver Lc 17:29) y en otras ocasiones, para visitar ciudades y bendecirlas (Ver Lc 19:44). La correcta y sabia inversión de la vida está relacionada con saber contarlo uno a uno. Sin embargo, a pesar de lo fugaz de su aparición, inevitablemente deja huellas en todos aquellos que usan su recurso (1 S 4:15; 1 R 14:4). Quizás ya sabes a qué me refiero. Es a esa fracción del tiempo que se llama hoy. ¿Lo hemos valorado de verdad? Dios lo estima tanto, que enmarca repetidamente lo nuevo de sus misericordias en él (Ver Lam 3:22,23). Él lo valora a tal modo que escogió un día, el de la Pascua, para ofrecer a su propio Hijo en propiciación por nuestros pecados (Ver Lc 22:15; Jn 19:31). En cualquier momento que estés leyendo este material, hoy estará contigo por última vez. Para saber cuán cierto es esto, basta mirar desde el lente de Dios lo que le sucedió al día de ayer: Porque mil años delante de tus ojos son como el día de ayer que pasó… (Sal 90:4).
El Salmista tuvo una gran revelación sobre el aprovechar bien el hoy. Así dijo: Este es el día que hizo Jehová, nos gozaremos y alegraremos en él (Sal 118:24). En contraste, un hombre vano pensaba que las riquezas le darían bienestar por muchos días, y sin darle importancia a su hoy, le dijo a su alma: Muchos bienes tienes guardados para muchos años. Pero su hoy se iría, llevando consigo la oportunidad desaprovechada de salvarse, pues Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedir tu alma… (Lc 12:16-20). El plan de salvación no está ofrecido para mañana. La Biblia dice: He aquí ahora el día de salvación (2 Co 6:2). Los llamamientos de Dios no pertenecen al mañana, por tanto, la Palabra invita: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones (Sal 95:7; He 4:7). Cristo enseña que, aun las pruebas de la vida, las debemos contar solamente en el marco del hoy que vivimos: Basta a cada día su propio mal(Mt 6:34). El hoy demanda a tal modo el cien por ciento de nuestro amor al prójimo, que la Palabra establece: No se ponga el sol sobre vuestro enojo… y el contexto muestra que, en caso de acumular para el día siguiente el encono, ello pudiera ceder lugar al diablo en nuestro territorio (Ef 4:26).
¡Hay tanta gente perdiendo ese tesoro maravilloso que se llama hoy! Por tanto, el Espíritu Santo inspiró esta exhortación: Aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos (Ef 5:16). Al ser inspirado a escribir este tema, me pregunto: ¿Acaso Dios estará buscando a un Samuel en el templo para revelarle el pecado del sacerdocio y así poder traer limpieza a la casa de Dios? (1 S 3:1-14). ¿Será que el Señor está buscando a alguien que se pare en la brecha a pedir misericordia por los náufragos del alma, a alguien que aproveche el tiempo en clamar con angustia por la salvación de otros? (Ver Ez 22:30). O, ¿Será que el Espíritu de Dios espera por un Pedro que suba a orar a la azotea para mostrarle que debe ir a predicar el Evangelio a muchos que necesitan ser alcanzados? (Hch 10:9-20). ¿Será que por tanta ociosidad descuidamos darle el mensaje de salvación a alguien que se pudiera ir hoy al infierno para siempre? Igualmente, ¿Sabremos los siervos de Dios que necesitamos recuperar los libros que quedaron en casa, y así ocuparnos en la lectura, la exhortación y la enseñanza? (Cf. 1 Ti, 4:13; 2 Ti 4:13). No me sé las respuestas de todas estas preguntas, pero en verdad, siento la carga del padre de familia que salió por la mañana a contratar obreros para su viña. Me parece percibir su asombro, cuando su necesidad de obreros contrastó con la postura morosa de aquellos que estaban en la plaza perezosos. Él no pudo contener preguntarles: ¿Por qué estáis aquí todo el día desocupados? Entonces, los llevó consigo, les dio trabajo y les pagó (Ver Mt 20:1-7).
Amados, la hora que vivimos es avanzada en el hoy de Dios. Tan triste como ver por última vez a un ser querido, es la tristeza de dejar ir para siempre el día de hoy sin aprovecharlo bien. Si alguien se va al cielo, tenemos esperanza de volverlo a ver eternamente. Pero cuando el hoy se va, jamás lo tendremos otra vez. Por tanto, hoy no es tiempo de perder el tiempo. Hoy es el día para renunciar a todo aquello que pudiera disuadirnos del sabio aprovechamiento de la vida que Dios nos ha concedido. Muchas almas necesitan de nuestra sabiduría en invertir el tiempo en aquello que lleve fruto para la gloria de Dios; eso es sembrar para la eternidad. Y cuando todos los hoy que Dios nos conceda, hayan venido y se hayan ido para siempre, allá donde el tiempo no será más, los salvados comprenderemos que fue sabio aprovechar bien este conjunto de momentos en servir al Reino de nuestro Padre celestial.
Te mando este recado cuando el 17 de Junio de 2017, es nuestro
Hoy por última vez.
Querido Señor: Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría (Sal 90:12).
Con mucho cariño,
Pst. Eliseo Rodríguez.
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